sábado, octubre 16, 2004

La vida debería poder llevarse como se lleva el bebop: ser, fundamentalmente, un espacio para la improvisación. Pienso en, por ejemplo, Coltrane. Coltrane es un disco de John Coltrane. Pienso, digo, mientras escucho Coltrane. No sé si es prudente: se me ocurre asociar el bebop con una actitud un tanto zen. Imprevisibilidad, libertad, cierta cuota de incertidumbre. OK, hay partitura pero se le presta tan solo la atención necesaria; el resto es un abandonarse a las circunstancias, a la interacción, la disposición para arriesgar un poco más o un poco menos. Así, sin manual de instrucciones alguno. Hoy me dejé conducir libremente, me permití no anticiparme y darme a que las situaciones que se presentaban me llevaran de uno a otro extremo del día. Le hice conocer al amigo Pusher una librería en la que se encuentran cosas fabulosas –cuya locación, por supuesto, revelaré solo a los que articulen la frase exacta en el momento oportuno– en la que adquirió dos pequeños libros de Jimmy Hatlo y uno de Art Noveau. Me dejé encontrar por dos vinilos a un precio escandalosamente bajo. Me dediqué a leer Trafalgar de la Gorodischer en un bar y tomé café con un amigo en otro. Di cierre al día con el Coltrane que me trajo hasta aquí.
Se rompió el círculo perverso que ayer falazmente anticipé.
Un buen sábado termina. Salud...