miércoles, marzo 30, 2005

CRÍTICA ficcionalista!

Wes Anderson - The Life Aquatic with Steve Zissou

...la película que me hubiese gustado filmar con mis amigos.Vida Acuática
[The Life Aquatic with Steve Zissou, Wes Anderson, 2004]

ALGO QUE DECIR

No quise ser monotemático. Durante esta semana, por motivos diversos, todo aquello que me salía al cruce tenía que ver con derechos humanos: actividades, invitaciones, entrevistas, reconocimientos, lecturas en diarios provinciales recalcitrantes por lo reaccionarias, conversaciones eventuales...

No pretendo que ficcionalista! sea algo sumamente original o que tome excesiva distancia respecto de mi/la vida. Pero tampoco quise abrumar a los visitantes con tópico que, de buscarlos, encontraría en cualquier otro sitio.

O sea, éste es el post excusativo más extensamente innecesario de la corta historia de este weblog. No el primero pero al menos los anteriores eran bastante más inspirados.

No sé qué más decir porque ésto ya es un poco irremontable, una verdadera vergüenza. Así que si alguien tiene una idea, una encuesta, un sondeo de opinión o algunos de esos juegos que tanto cautivan el interés del visitante habitual puede dejarlo acá abajo, en los comentarios. Yo, por lo pronto, me voy al cine a ver Vida acuática de Anderson. A lo mejor a la vuelta se me ocurre algo interesante que compartir.

Eso.
Nada más.

sábado, marzo 26, 2005

ROLAND BARTHES, A 25 AÑOS.

Roland Barthes



Escuchado a comienzos de la década del '90 en el stand de informes de la entrada de la Feria del Libro de Buenos Aires:

Chica de Informes:
-Buenas Tardes ¿en qué puedo ayudarle?

Señora teñida de rubio que prefiguraba el estilo que descollaría por esos años:
-¿Adónde puedo conseguir un libro de Ronald Bartés?

Eso. Nada más.

jueves, marzo 24, 2005

24 de Marzo de 1976

"Agotadas todas las instancias de mecanismo constitucionales, superada la posibilidad de rectificaciones dentro del marco de las instituciones y demostrada en forma irrefutable la imposibilidad de la recuperación del proceso por las vías naturales, llega a su término una situación que agravia a la Nación y compromete su futuro. Nuestro pueblo ha sufrido una nueva frustración. Frente a un tremendo vacío de poder, capaz de sumirnos en la disolución y la anarquía, a la falta de capacidad de convocatoria que ha demostrado el gobierno nacional, a las reiteradas y sucesivas contradicciones demostradas en las medidas de toda índole, a la falta de una estrategia global que, conducida por el poder político, enfrentara a la subversión, a la carencia de soluciones para el país, cuya resultante ha sido el incremento permanente de todos los exterminios, a la ausencia total de los ejemplos éticos y morales que deben dar quienes ejercen la conducción del Estado, a la manifiesta irresponsabilidad en el manejo de la economía que ocasionara el agotamiento del aparato productivo, a la especulación y corrupción generalizadas, todo lo cual se traduce en una irreparable pérdida del sentido de grandeza y de fe, las Fuerzas Armadas, en cumplimiento de una obligación irrenunciable, han asumido la conducción del Estado. Una obligación que surge de serenas meditaciones sobre las consecuencias irreparables que podía tener sobre el destino de la Nación, una actitud distinta a la adoptada.

Esta decisión persigue el propósito de terminar con el desgobierno, la corrupción y el flagelo subversivo, y sólo está dirigida contra quienes han delinquido y cometido abusos del poder. Es una decisión por la Patria, y no supone, por lo tanto, discriminaciones contra ninguna militancia cívica ni sector social alguno. Rechaza por consiguiente la acción disociadora de todos los extremismos y el efecto corruptor de cualquier demagogia. Las Fuerzas Armadas desarrollarán, durante la etapa que hoy se inicia, una acción regida por pautas perfectamente determinadas. Por medio del orden, del trabajo, de la observancia plena de los principios éticos y morales, de la justicia, de la realización integral del hombre, del respeto a sus derechos y dignidad. Así la República llegará a la unidad de los argentinos y a la total recuperación del ser nacional, metas irrenunciables, para cuya obtención se convoca a un esfuerzo común a los hombres y mujeres, sin exclusiones, que habitan este suelo, tras estas aspiraciones compartidas, todos los sectores representativos del país deben sentirse claramente identificados y, por ende, comprometidos en la empresa común que conduzca a la grandeza de la Patria.

Al contraer las Fuerzas Armadas tan trascendente compromiso formulan una firme convocatoria a toda la comunidad nacional. En esta nueva etapa hay un puesto para cada ciudadano. La tarea es ardua y urgente, pero se la emprende con el absoluto convencimiento de que el ejemplo se predicará de arriba hacia abajo y con fe en el futuro argentino.

La conducción del proceso se ejercitará con absoluta firmeza y vocación de servicio. A partir de este momento, la responsabilidad asumida impone el ejercicio severo de la autoridad para erradicar definitivamente los vicios que afectan al país. Por ello, a la par que se continuará sin tregua combatiendo a la delincuencia subversiva, abierta o encubierta, se desterrará toda demagogia.

No se tolerará la corrupción o la venalidad bajo ninguna forma o circunstancia, ni tampoco cualquier transgresión a la ley en oposición al proceso de reparación que se inicia.
Las Fuerzas Armadas han asumido el control de la República. Quiera el país todo comprender el sentido profundo e inequívoco de esta actitud para que la responsabilidad y el esfuerzo colectivo acompañen esta empresa que, persiguiendo el bien común, alcanzará con la ayuda de Dios, la plena recuperación nacional.


Jorge Rafael Videla, Tte. Gral., Comandante Gral. del Ejército;
Emilio Eduardo Massera, Almte., Comandante Gral. de la Armada;
Orlando Ramón Agosti, Brig. Gral., Comandante Gral. de la Fuerza Aerea."

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Los resultados de esta "decisión" pueden leerse acá.

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lunes, marzo 21, 2005

Quien escribe, considera desde hace tiempo que las personas pueden clasificarse en dos enormes grupos: los que "aman" la primavera y quienes prefieren el otoño. De los primeros, huelgan las explicaciones sobre sus motivaciones, sus sistemas de pensamiento, sus modus operandi. De los de la segunda especie nada tiene que ver un supuesto páthos melancólico que, ligeramente, suele atribuírseles.

En este tópico, ficcionalista! toma claro partido.

Eso. Nada más.

sábado, marzo 19, 2005

Oscar Grillo, maestro y artífice de una producción exquisita e incesante, es un dibujante argentino radicado en Londres. Recientemente envió un mail ofreciendo al mercado un ejemplar de su (estimo) selecta biblioteca.
No puedo menos que ponerlo a consideración de todos ustedes.

Porque cine argentino, era el de antes...

viernes, marzo 18, 2005

SOBRE LA "GENTE COMO USTEDES" DEL INGENIERO B.

Lo recordaba poco.

Ayer, cuando me señalaste el libro en la mesa de la librería y te dije que sí, que Lala me lo había prestado, que todavía estaba en la biblioteca, que había leído con atención la segunda parte -esa especie de ensayo sobre la actualidad del mito- y algún poco más, me acosó como un recuerdo vago. Por eso seguramente lo haya liberado hoy del estante para que me acompañara de viaje a firmar unos papeles para el fascista que, contra mi voluntad, debo seguir cruzándome.

Ya en el tren de vuelta me encontré con el texto que me había estado dando vueltas por la cabeza. El motivo que lo inspiró en su momento fue la figura de Pierre Poujade, un populista reaccionario que por 1953 había liderado una revuelta contra el estado francés.

Roland Barthes, en su Mitologías, elabora una aguda serie de apreciaciones que hoy tienen tanta vigencia como cuando fueron escritas.


«Lo que más respeta la pequeña burguesía en el mundo es la inmanencia: todo fenómeno que tiene su propio término en sí mismo por un simple mecanismo de retorno, para decirlo literalmente, todo fenómeno pagado, le es agradable. [...] “Usted es responsable de la ruptura, usted sufrirá las consecuencias” y lo infinito del mundo queda conjurado, todo es devuelto a un orden simple pero pleno, sin fisura: el del pago. Más allá del contenido mismo de la frase, del balanceo de la sintaxis, está presente la afirmación de una ley según la cual nada se hace sin una consecuencia igual, donde todo acto humano es rigurosamente contestado, recuperado; en suma, toda una matemática de la ecuación tranquiliza al pequeñoburgués, le construye un mundo a la medida de su comercio.

Esta retórica del talión tiene sus propias figuras de igualdad. No sólo cualquier ofensa debe ser conjurada con una amenaza, sino que, inclusive, todo acto debe ser prevenido. El orgullo de “no dejarse pisotear” es simplemente el respeto ritual por un orden numerativo donde burlar es anular.
[…] De esta manera, la reducción del mundo a una pura igualdad, la vigencia de las relaciones cuantitativas entre los actos humanos, son estados triunfantes. Hacer pagar, contestar, concebir el acontecimiento recíproco, ya sea devolviendo, sea desbaratando, todo cierra el mundo sobre sí mismo y produce felicidad. Es normal, pues, la vanidad que surge de esa contabilidad moral: la ostentación pequeñoburguesa consiste en eludir los valores cualitativos, en oponer a los procesos de transformación la estática de las igualdades (ojo por ojo, efecto contra causa, mercancía contra dinero, centavo por centavo, etcétera).

[...] (“Francia está afectada por una superproducción de gentes con diplomas, politécnicos, economistas, filósofos, y otros soñadores que han perdido todo contacto con el mundo real”.)

Ahora sabemos qué es lo real pequeñoburgués: ni siquiera lo que se ve, sino lo que puede cuantificarse. Pero ese real, lo más estrecho que sociedad alguna haya podido definir, tiene de todas maneras su filosofía: el “buen sentido”, el famoso buen sentido de la “gente simple”
[…] Su papel consiste en plantear igualdades simples entre lo que ve y lo que es y asegurar un mundo sin articulaciones, sin transiciones y sin progresión. El buen sentido es como un perro guardián de las ecuaciones pequeñoburguesas: obtura todas las salidas dialécticas, define un mundo homogéneo, donde se está cómodo, protegido de las perturbaciones y de las fugas de “sueño” (léase, de una visión no contabilizable de las cosas). Como las conductas humanas no son otra cosa que puro talión, el buen sentido consiste en la reacción selectiva del espíritu que reduce al mundo ideal a mecanismos directos de réplica.

[…] La mitología burguesa implica el rechazo de la alteridad, la negación de lo diferente, el placer de la identidad y la exaltación de lo semejante.»


Sería conveniente, para tenerlo presente, imprimirlo, pegarlo en la agenda y usarlo como antídoto a nuestras cotidianas lecturas de La Nación.

¿Me entiende?

miércoles, marzo 16, 2005

DE SI LOS HOMBRES SE MIDEN POR LA TALLA DE SUS ENEMIGOS


Ya veo las hogueras elevándose sobre el horizonte, Torquemada...

martes, marzo 15, 2005

EXTRAÑO EPÍGRAFE EN VIEJA LIBRETA NEGRA

Es admirable el hecho de que Dios permanezca siempre en ese estado de perfección de que nosotros gozamos rara vez.

Tres misterios.

Hegel cierra su Enciclopedia de las ciencias filosóficas con un fragmento -en griego- de la Metafísica de Aristóteles en el que puede leerse la afirmación arriba transcripta (o una traducción aproximada de ella). Lo extraño es que la cita rompe con cualquier lógica, con cualquier sentido u ordenación en el discurso que el autor venía sosteniendo en la obra. Cosa rara...

Llamá la atención también el tenor de tremenda sentencia en la obra del estagirita: gozar rara vez de "ese estado de perfección". Es un poco como fuerte (si se me permite la construcción pintoresca ).

Que el fragmento en cuestión sirva de epígrafe en una añosa libretita perdida entre los libros de mi biblioteca... Bueno, no sé en qué estábamos pensando los tres.

Qué locos.

lunes, marzo 14, 2005

A Max Aguirre se le ocurrió proponerme un juego tremendo. El maldito sabía que me iba a dejar embragando por horas (¿días tal vez?). En un museo están todos los cuadros del mundo y se desata un incendio. Usted sólo puede salvar un cuadro para la posteridad.
¿Qué cuadro salvaría?

Todavía no puedo contestar...

¿Ustedes?

UPDATE: Obviamente, ya pude resolver la cuestión. Mi elección -como la de muchos otros-, en los comentarios. Y usted puede votar entrando por acá abajo o por Campaña f! "Salve su cuadro".

UPDATE 2: Finalizada la votación los resultados pueden verse acá.

sábado, marzo 12, 2005

El día no ayuda. Ese velo gris que lo cubre. La calle vacía.

Debería sentarme a leer algunos libros que se apilan sobre la mesa. Podría elegir alguna película con la que reventar de una vez por todas. Saltar en la lista a Morrisey que se obstina en recordarme “I was happy in the haze of a drunken tour / But heaven knows I'm miserable now…” Organizar el montón de ropa que se eleva esperando el lavado. Pensar cómo debe seguir esa maldita novela que no quiere salir de punto muerto. Llamar a algún amigo que parece incomunicado por estos días. Escribir una proclama contra esa pestilencia humana que grita que no va a permitir “subversivos” en ese sitio que abandoné definitivamente. Elegir el color para las paredes de esa habitación que se aburre de blanco. Terminar un cuento. Clavar la melancolía de una pared, con cartel, a la vista de los visitantes, para que sepa –ella– que no quiero darle lugar porque no soy un tipo de esa clase, uno de esos que miran para atrás con la nuca arrugada. Descubrir los motivos que parecerían querer estallar prontamente en un panic attack que nunca llega, esa promesa permanente.

Una lista de tareas titánica en su insignificancia.

Que se caiga el cielo esta tarde. Pero que sepa que a mí no me importa.

miércoles, marzo 09, 2005

ANTROPOLOGÍA: COSTUMBRES ARGENTINAS

No Von Humboldt, no Levi-Strauss , no Marvin Harris.
Senderowicz expone así el comportamiento de un pintoresco "grupo de salvajes" en su ámbito natural.

lunes, marzo 07, 2005

TRABAJO REGISTRADO

En la entrada de febrero 16, 2005, ficcionalista! se despachó con un manifiesto que tuvo cierto reconocimiento en sectores que adhieren a la postura crítica del trabajo tal como es concebido por el sistema actualmente vigente. En ese post se hacía referencia a un texto de Russell publicado en Humanismo Socialista, uno del que había perdido la pista entre las pilas de libros desperdigados por cuanto espacio disponible hubiese. Tras intensas tareas de bricolage que culminaron en la constitución de una biblioteca en sitio apropiado para tal fin, el libro de marras apareció. El fragmento es largo pero vale la pena tomarse un rato para leerlo.
O mejor: pónganle un poco de onda ya que me tomé el trabajo de tipearlo para el blog.
Eso.
Nada más.


"Desde los comienzos de la civilización hasta la revolución industrial, un hombre, por lo común, podía producir, trabajando duramente, poco más de lo necesario para su propia subsistencia y la de su familia; si bien su mujer tuviera que trabajar, por lo menos, tan duramente como él, y sus hijos hubieran de aportar su trabajo tan pronto como iban siendo bastante grandes para ello. El pequeño sobrante sobre las necesidades escuetas no era para los que lo producían, sino que se lo apropiaban los guerreros y los sacerdotes. En tiempos de hambre no había sobrante; los guerreros y los sacerdotes, sin embargo, se aseguraban, de todas formas, tanto como en otros tiempos, con el resultante de que muchos de los trabajadores se morían de hambre. Este sistema persistió en Rusia hasta 1917, y todavía persiste en el Este; en Inglaterra, a pesar de la revolución industrial, se mantuvo con toda fuerza a lo largo de las guerras napoleónicas y hasta hace cien años, en que adquirió poderío una nueva clase de industriales. En América, el sistema terminó con la revolución, excepto en el Sur, donde continuó hasta la guerra civil. Un sistema que ha durado tanto tiempo y que terminó tan recientemente ha dejado, como es natural, una impresión profunda en los pensamientos y opiniones del hombre. Mucho de lo que damos por supuesto acerca de la pertenencia del trabajo se deriva de este sistema, y siendo éste preindustrial, no se adapta aquello al mundo moderno. La técnica moderna ha hecho posible, dentro de ciertos límites, que el ocio sea no la prerrogativa de pequeños grupos privilegiados, sino un derecho repartido igualmente por toda la comunidad. La moralidad del trabajo es una moralidad de esclavos, y el mundo moderno no tiene necesidad de esclavitud.

Claro está que, en las primitivas comunidades, los labriegos no se hubieran desprendido del pequeño sobrante con que subsistían los guerreros y los sacerdotes si se les hubiera dejado elegir, sino que hubieran producido menos o hubieran consumido más. Al principio, la pura fuerza los compelía a producir y desprenderse del sobrante. Gradualmente, sin embargo, resultó posible inducir a muchos de ellos a que aceptaran una ética según la cual era su deber trabajar intensamente, aunque parte de su trabajo fuera a sostener a otros que permanecían ociosos. Por este medio, la compulsión requerida fue reduciéndose y los gastos del Gobierno disminuyeron. En nuestros días, el noventa y nueve por ciento de los trabajadores británicos quedarían auténticamente horrorizados si les dijeran que el rey no debe recibir ingresos mayores que los de un trabajador. El concepto del deber, hablando históricamente, ha sido el medio utilizado por los detentadores del poder para inducir a los demás a vivir para el interés de sus amos más que para su propio interés. Por supuesto que los detentadores del poder disimulan este hecho ante sus propios ojos, arreglándoselas de manera que llegan a creer sus intereses idénticos a los grandes intereses de la Humanidad. Algunas veces esto es verdad: los atenienses poseedores de esclavos, por ejemplo, empleaban parte de su ocio aportando una contribución permanente a la civilización, que hubiera sido imposible bajo un sistema económico justo. El ocio es especial para la civilización, y en tiempos pasados, el ocio de unos pocos solamente era posible gracias al trabajo de los más. Pero el trabajo de éstos era estimable no porque el trabajo sea bueno, sino porque el ocio es bueno. Y con la técnica moderna seria posible distribuir justamente el ocio, sin menoscabo para la civilización.

La técnica moderna ha hecho posible reducir enormemente la cantidad de trabajo requerida para asegurar lo necesario en la vida de cada cual. Esto se hizo patente durante la guerra. En aquel tiempo, todos los hombres de las fuerzas armadas, todos los hombres y todas las mujeres ocupados en la producción de municiones, todos los hombres y todas las mujeres ocupados en espiar, en hacer propaganda bélica o en las oficinas del Gobierno relacionadas con la guerra, fueron apartados de las ocupaciones productivas. A pesar de ello, el nivel general de bienestar físico entre los trabajadores no especializados de las naciones aliadas fue más alto que lo fue nunca antes o desde entonces. La significación de este hecho fue encubierta por las finanzas: los préstamos hacían aparecer las cosas como si el futuro estuviera alimentando al presente. Pero esto, desde luego, hubiera sido imposible; un hombre no puede comerse una rebanada de pan que todavía no existe. La guerra demostró de un modo concluyente que la organización científica de la producción hace posible mantener las poblaciones modernas en un elevado nivel de bienestar solamente con una pequeña parte de capacidad de trabajo del mundo entero. Si la organización científica implantada con objeto de poder contar con hombres que lucharan y fabricaran municiones se hubiera mantenido al finalizar la guerra, y se hubiera reducido a cuatro las horas de trabajo, todo hubiera ido bien. En lugar de ello, fue restablecido el antiguo caos: aquellos cuyo trabajo se necesitaba se vieron obligados a trabajar largas horas, y al resto se le dejaba morir de hambre por falta de empleo ¿Por qué? Porque el trabajo es un deber, y el hombre no debe recibir salario proporcionado a lo que produce, sino en proporción a su virtud, ejemplarizada por su laboriosidad.

Esta es la moralidad del Estado de esclavos, aplicada en unas circunstancias completamente distintas a aquellas en las que surgió. No ha de extrañar que el resultado haya sido desastroso. Tomemos un ejemplo. Supongamos que, en un momento determinado, cierto número de personas trabaja en la manufactura de alfileres. Trabajando -digamos- ocho horas, hacen tantos alfileres come el mundo necesita. Alguien lleva a cabo un invento con el que el mismo número de personas hacen el doble número de alfileres que antes. Pero el mundo no necesita el doble número de alfileres; los alfileres son tan baratos, que difícilmente podrá venderse alguno más a precio inferior. En un mundo sensato, todos los que estuvieran en relación con la manufactura de alfileres se darían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás continuaría como antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría desmoralizador. Los hombres continúan trabajando ocho horas; hay demasiados alfileres; los patronos quiebran, y la mitad de los hombres empleados anteriormente en la fabricación de alfileres son despedidos y quedan sin trabajo. Al final se produce tanta ociosidad como en el otro plan, pero la mitad de los hombres quedan absolutamente ociosos, mientras que la otra mitad trabaja demasiado. De este modo, queda asegurado que la inevitable ociosidad produzca miseria por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Puede imaginarse algo más insensato?

La idea de que el pobre pueda holgar siempre ha sido nefanda para los ricos. A principios del siglo XIX, la jornada normal de trabajo de un hombre era, en Inglaterra, de quince horas; los niños hacían la misma jornada algunas veces, y, por lo general, trabajaban doce horas al día. Cuando los entremetidos enredadores apuntaron que quizá tal número de horas fuese más bien largo, les dijeron que el trabajo aleja a los adultos de la bebida y a los niños del mal. Cuando yo era niño, poco después que los trabajadores urbanos hubieran adquirido el voto, la ley estableció ciertas fiestas públicas, con gran indignación de las clases elevadas. Recuerdo haber oído a una anciana duquesa decir: “¿Para qué quieren las fiestas los pobres? Deberían trabajar.” Hoy, las gentes son menos francas, pero el sentimiento persiste, y es la fuente de gran parte de nuestra confusión económica.

Consideremos por un momento francamente, sin superstición, la ética del trabajo. Todo ser humano, necesariamente, consume en el curso de su vida cierto volumen del producto del trabajo humano. Suponiendo, como podemos hacerlo, que el trabajo es, en conjunto, desagradable, resulta injusto que un hombre consuma más de lo que produce. Por supuesto que puede prestar algún servicio en lugar de producir artículos de consumo, como sería el caso de un médico, por ejemplo; pero algo ha de aportar a cambio de su manutención y alojamiento. Hasta aquí, el deber de trabajar ha de ser admitido; pero solamente hasta aquí.
No he de insistir en el hecho de que, en todas las sociedades modernas, aparte la U.R.S.S., muchas personas eluden incluso este mínimo de trabajo; por ejemplo, todos aquellos que heredan bienes y todos aquellos que se casan con quien los tiene. No creo que el hecho de que se consienta a estas gentes permanecer ociosas sea casi tan perjudicial como el hecho de que se espere de las clases trabajadoras que trabajen con exceso o que se mueran de hambre.

Si el obrero ordinario trabajase cuatro horas al día, sería suficiente para todos y no habría paro -dando por supuesta cierta muy moderada cantidad de organización sensata-. Esta idea sorprende a las clases pudientes, porque están convencidas de que el pobre no sabría cómo emplear tanto ocio. En América, los hombres trabajan, a menudo, durante largas horas, aun cuando ya están bien situados; tales gentes, naturalmente, se indignan ante la idea de la ociosidad para los jornaleros, excepto si ésta adopta la forma del inflexible castigo del paro; en realidad, les disgusta el ocio incluso para sus hijos. Y, lo que es bastante extraño, mientras desean que sus hijos trabajen tanto que no les quede tiempo para civilizarse, no les importa que sus mujeres y sus hijas no tengan ningún trabajo en absoluto. La jactanciosa admiración por la inutilidad, que en una sociedad aristocrática abarca a los dos sexos, queda limitada, en una plutocracia, a las mujeres; ello, sin embargo, no la pone en situación más acorde con el sentido común.

El sabio empleo del ocio -hemos de concederlo- es un producto de la civilización y de la educación. Un hombre que ha trabajado durante largas horas toda su vida se aburriría si queda súbitamente ocioso. Pero sin una cantidad considerable de ocio, un hombre se ve privado de muchas de las mejores cosas. Y ya no existe razón alguna para que la mayor parte de las gentes haya de sufrir tal privación; solamente un necio ascetismo, delegado, por lo general, nos hace continuar insistiendo en la necesidad del trabajo en cantidades excesivas, ahora que ya no es necesario."


Bertrand Russell, "Elogio de la ociosidad", 1932

sábado, marzo 05, 2005

FELICIDAD

Por Sandra Russo

La palabra que pronunció el lunes, en su asunción, Tabaré Vázquez quedó retumbando sobre el río, y la trajo el viento. Felicidad. Es una palabra fuerte que padece desde hace siglos el ahogo al que la someten los engranajes del poder, civiles, militares y eclesiásticos. Es una de esas palabras rellenas como caramelos. Una palabra esponjosa que hace demasiada agua a la boca. Una palabra rescatada de canciones estúpidas, de ilusiones adolescentes, de publicidades engañosas, de sinsentidos televisivos, de tés canasta, de concursos de belleza, de universos disímiles pero confluyentes en un borde banal. Una palabra operada como una de las rubias menemistas, intervenida, interceptada, rehén de miles de dispositivos dispuestos y aceitados a lo largo del tiempo para desviar el tempestuoso caudal que guarda en sus cuatro sílabas. La felicidad siempre fue subversiva, dicho esto sin ningún doble sentido. Desde que nacemos el Orden que llega desde afuera y el que llevamos incrustado en la cabeza nos hace trampa, nos pone la venda. Con la felicidad no hacemos más que jugar al gallito ciego, y sólo los afortunados, los valientes y los tontos logran rozarla. Esa palabra ahora llega desde Montevideo revelándonos que Uruguay es otra cosa. Se ha elegido a un presidente que cuando asume jura “trabajar incansablemente por la felicidad del pueblo”, y ante la plaza majestuosa vibra la multitud aspirante a la felicidad. Podría leerse esa escena como un acto de asunción de un presidente de izquierda que logra, junto a su electorado, romper una hegemonía política asfixiante. Pero también, ya que el río trae esa palabra de sentido tan fuerte, puede pensarse qué significa, hoy, la felicidad. Porque esa abstracción que cada ser humano encarna con más o menos suerte algunas veces en su vida sintetiza, incluye otras palabras que hubiesen sido más previsibles en un acto político. Equidad, paz, derechos, justicia, dignidad, en fin, cualquiera de las palabras de ese repertorio que sabemos todos está incluida en la felicidad, pero la felicidad las supera a todas y las baña con su toque mágico. Es que la felicidad colectiva no existe: es por lo menos, en todo caso, la suma de felicidades individuales. Para que un pueblo sea feliz es necesario que cada uno de sus miembros experimente esa sensación de plenitud y gozo. La felicidad individual no está en manos del Estado, pero sí es el Estado el que debe predisponer la realidad objetiva de cada ciudadano para que su felicidad individual no se estrelle contra obstáculos que la deshagan una vez y otra vez desde su nacimiento hasta su muerte. Que la felicidad individual quede en manos de los individuos sí es un propósito político, acaso el más importante y nuclear, porque de hecho lo que generan a destajo nuestras sociedades son sujetos desgraciados por causas que los exceden y sobre las que no tienen control. En su ensayo Lo que creo, en un apartado sobre Ciencia y Felicidad, Bertrand Russell analizaba la crueldad que históricamente inflige la mitad de la población a la otra mitad. Tomaba como punto de partida de esa infelicidad colectiva la lucha por la supervivencia, que con el correr de los siglos adoptó diversas formas. Desde lo más profundo de la historia humana, siempre se ha visto y registrado un tipo de felicidad colectiva por parte de un grupo –una tribu, un pueblo, una etnia, una nación– como resultado del aplastamiento de otro grupo. Dice Russell: “Lo que se disputaba en la guerra era qué niños, si los alemanes o los aliados, debían morir de hambre o de miseria (aparte de malevolencia por ambas partes, no había la menor razón para que ninguno muriera de hambre)”. Pueblo contra pueblo, grupo contra grupo, clase contra clase, sectores contra sectores, género contra género, padres contra hijos, cónyuges contra cónyuges, Russell toma nota de cómo se reproduce esa lucha desde lo público a lo íntimo. Y de cómo conspira esa pulsión de crueldad contra la dicha. En definitiva, cuando denunciamos situaciones sociales injustas, denunciamos infelicidad. Es justamente eso lo que persiguen y logran los mecanismos de opresión pública y privada que desvían a la gente de sus deseos y necesidades espontáneas: desviar al hambriento de la comida, desviar al desocupado del trabajo, desviar a la minoría de sus derechos, desviar al hombre o la mujer comunes y corrientes de sus deseos. “El obligar a un hombre, a una mujer o a un niño a una vida que frustra sus deseos es a la vez cruel y peligroso”, escribe Russell con esa sencillez que deslumbra. “Debemos respetar la naturaleza humana porque nuestros impulsos y deseos constituyen nuestra felicidad.”Estas últimas líneas pueden leerse como un manifiesto político y moral al mismo tiempo. Respetar la naturaleza humana equivale a proporcionarle a cada uno la posibilidad de comer, beber, abrigarse, dormir, trabajar, amar, aventurarse adonde quiera. Una sociedad justa –o mejor: una sociedad libre– es en definitiva eso: un lugar en el que las personas sean individualmente responsables de sus frustraciones, pero también de su felicidad.

Página/12, 04.03.2005

jueves, marzo 03, 2005

JUEVES POR LA TARDE Y SEGUIMOS...

Estreno de hoy:


No pasa nada... no pasa nada... no pasa nada...Whisky - Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll (2004)
CREO QUE HE VISTO UNA LUZ AL OTRO LADO DEL RÍO

"Iremos con nuestros ministros, nuestro Consejo de Ministros a visitar todo el Uruguay. En esta materia de derechos humanos, el país tiene aún una asignatura pendiente que me comprometo a saldar de inmediato. En tal sentido, nuestro gobierno cumplirá el mandato establecido en la Ley Nº 15.848 procurando agotar la investigación sobre lo sucedido con los detenidos desaparecidos, e investigando al efecto en los establecimientos militares correspondientes. Dentro de pocas horas, pasado mañana jueves, el secretario de la Presidencia, doctor Gonzalo Fernández, en coordinación con oficiales de nuestras Fuerzas Armadas, comenzarán las tareas para que un grupo de investigadores de la Universidad de la República vaya a los establecimientos 13, 14 y a los que fuera, para comenzar los estudios correspondientes para saber si hubo enterramientos de ciudadanos muertos, desaparecidos durante la dictadura militar. Buscaremos también el apoyo de especialistas internacionales, sobre todo de Argentina, que tienen una gran experiencia. Queremos saber qué pasó con estos ciudadanos, si están o no enterrados allí. Si están serán recuperados, serán identificados, sus restos serán entregados a sus familiares. Y si no están, tendremos que saber por qué no están, y dónde están qué pasó con ellos.

Mucho ha trabajado la Comisión para la Paz en estos últimos años, para llevar adelante averiguaciones, las ha llevado con éxito. Muchos familiares de detenidos desaparecidos conocen qué es lo que ha sucedido. Se publicará lo que se sabe, no con el fin de alimentar odios, no con el fin de llevar a nadie frente a la Justicia fuera de lo que establece la Ley de Caducidad, sino para que, uruguayas y uruguayos, lo que pasó nunca más en el Uruguay.

Nunca Más, hermanos contra hermanos, uruguayas y uruguayos.

En este convenio que firmaremos con el señor Presidente de la Argentina también está el compromiso de que la Argentina nos ayude a investigar qué ha pasado con nuestros compatriotas desaparecidos en tierra argentina.

Que quede claro, para nosotros no entran dentro de la Ley de Caducidad ni el caso de la nuera del poeta Gelman ni las muertes de Zelmar Michelini ni de Gutiérrez Ruiz. El gobierno promoverá rápidamente, sin distinción de clase alguna, la reparación de todas las víctimas de los hechos acaecidos en aquellos terribles años que tanto hirieron y dividieron a la sociedad uruguaya. De todos, uruguayas y uruguayos. Es imperioso saldar cuanto antes y de la mejor manera esta rémora del pasado y claro que lo podemos hacer. Entre todos, porque el Uruguay somos todos, todos juntos vamos a poder. Todos queremos vivir en paz, en justicia.
Tenemos que encarar el futuro que los uruguayos y uruguayos reclaman y merecen."

miércoles, marzo 02, 2005

LA DIGNIDAD III



"...nos conmueve hasta lo más íntimo de nuestro ser la vida humana y ese es el objetivo de nuestro gobierno nacional: la vida de los uruguayos y las uruguayas como primer elemento para trabajar. Mejorar la dignidad de vida. Ese momento maravilloso que nos ha tocado al irrumpir en esta impresionante aventura de vivir y transitar el mundo en el tiempo que nos ha tocado.

Trabajaremos incansablemente por lograr una mayor calidad de vida y una dignidad de vida adecuada a lo que se merece nuestro pueblo uruguayo."