SOBRE LA "GENTE COMO USTEDES" DEL INGENIERO B.
Lo recordaba poco.
Ayer, cuando me señalaste el libro en la mesa de la librería y te dije que sí, que Lala me lo había prestado, que todavía estaba en la biblioteca, que había leído con atención la segunda parte -esa especie de ensayo sobre la actualidad del mito- y algún poco más, me acosó como un recuerdo vago. Por eso seguramente lo haya liberado hoy del estante para que me acompañara de viaje a firmar unos papeles para el fascista que, contra mi voluntad, debo seguir cruzándome.
Ya en el tren de vuelta me encontré con el texto que me había estado dando vueltas por la cabeza. El motivo que lo inspiró en su momento fue la figura de Pierre Poujade, un populista reaccionario que por 1953 había liderado una revuelta contra el estado francés.
Roland Barthes, en su Mitologías, elabora una aguda serie de apreciaciones que hoy tienen tanta vigencia como cuando fueron escritas.
«Lo que más respeta la pequeña burguesía en el mundo es la inmanencia: todo fenómeno que tiene su propio término en sí mismo por un simple mecanismo de retorno, para decirlo literalmente, todo fenómeno pagado, le es agradable. [...] “Usted es responsable de la ruptura, usted sufrirá las consecuencias” y lo infinito del mundo queda conjurado, todo es devuelto a un orden simple pero pleno, sin fisura: el del pago. Más allá del contenido mismo de la frase, del balanceo de la sintaxis, está presente la afirmación de una ley según la cual nada se hace sin una consecuencia igual, donde todo acto humano es rigurosamente contestado, recuperado; en suma, toda una matemática de la ecuación tranquiliza al pequeñoburgués, le construye un mundo a la medida de su comercio.
Esta retórica del talión tiene sus propias figuras de igualdad. No sólo cualquier ofensa debe ser conjurada con una amenaza, sino que, inclusive, todo acto debe ser prevenido. El orgullo de “no dejarse pisotear” es simplemente el respeto ritual por un orden numerativo donde burlar es anular. […] De esta manera, la reducción del mundo a una pura igualdad, la vigencia de las relaciones cuantitativas entre los actos humanos, son estados triunfantes. Hacer pagar, contestar, concebir el acontecimiento recíproco, ya sea devolviendo, sea desbaratando, todo cierra el mundo sobre sí mismo y produce felicidad. Es normal, pues, la vanidad que surge de esa contabilidad moral: la ostentación pequeñoburguesa consiste en eludir los valores cualitativos, en oponer a los procesos de transformación la estática de las igualdades (ojo por ojo, efecto contra causa, mercancía contra dinero, centavo por centavo, etcétera).
[...] (“Francia está afectada por una superproducción de gentes con diplomas, politécnicos, economistas, filósofos, y otros soñadores que han perdido todo contacto con el mundo real”.)
Ahora sabemos qué es lo real pequeñoburgués: ni siquiera lo que se ve, sino lo que puede cuantificarse. Pero ese real, lo más estrecho que sociedad alguna haya podido definir, tiene de todas maneras su filosofía: el “buen sentido”, el famoso buen sentido de la “gente simple” […] Su papel consiste en plantear igualdades simples entre lo que ve y lo que es y asegurar un mundo sin articulaciones, sin transiciones y sin progresión. El buen sentido es como un perro guardián de las ecuaciones pequeñoburguesas: obtura todas las salidas dialécticas, define un mundo homogéneo, donde se está cómodo, protegido de las perturbaciones y de las fugas de “sueño” (léase, de una visión no contabilizable de las cosas). Como las conductas humanas no son otra cosa que puro talión, el buen sentido consiste en la reacción selectiva del espíritu que reduce al mundo ideal a mecanismos directos de réplica.
[…] La mitología burguesa implica el rechazo de la alteridad, la negación de lo diferente, el placer de la identidad y la exaltación de lo semejante.»
Sería conveniente, para tenerlo presente, imprimirlo, pegarlo en la agenda y usarlo como antídoto a nuestras cotidianas lecturas de La Nación.
¿Me entiende?
Lo recordaba poco.
Ayer, cuando me señalaste el libro en la mesa de la librería y te dije que sí, que Lala me lo había prestado, que todavía estaba en la biblioteca, que había leído con atención la segunda parte -esa especie de ensayo sobre la actualidad del mito- y algún poco más, me acosó como un recuerdo vago. Por eso seguramente lo haya liberado hoy del estante para que me acompañara de viaje a firmar unos papeles para el fascista que, contra mi voluntad, debo seguir cruzándome.
Ya en el tren de vuelta me encontré con el texto que me había estado dando vueltas por la cabeza. El motivo que lo inspiró en su momento fue la figura de Pierre Poujade, un populista reaccionario que por 1953 había liderado una revuelta contra el estado francés.
Roland Barthes, en su Mitologías, elabora una aguda serie de apreciaciones que hoy tienen tanta vigencia como cuando fueron escritas.
«Lo que más respeta la pequeña burguesía en el mundo es la inmanencia: todo fenómeno que tiene su propio término en sí mismo por un simple mecanismo de retorno, para decirlo literalmente, todo fenómeno pagado, le es agradable. [...] “Usted es responsable de la ruptura, usted sufrirá las consecuencias” y lo infinito del mundo queda conjurado, todo es devuelto a un orden simple pero pleno, sin fisura: el del pago. Más allá del contenido mismo de la frase, del balanceo de la sintaxis, está presente la afirmación de una ley según la cual nada se hace sin una consecuencia igual, donde todo acto humano es rigurosamente contestado, recuperado; en suma, toda una matemática de la ecuación tranquiliza al pequeñoburgués, le construye un mundo a la medida de su comercio.
Esta retórica del talión tiene sus propias figuras de igualdad. No sólo cualquier ofensa debe ser conjurada con una amenaza, sino que, inclusive, todo acto debe ser prevenido. El orgullo de “no dejarse pisotear” es simplemente el respeto ritual por un orden numerativo donde burlar es anular. […] De esta manera, la reducción del mundo a una pura igualdad, la vigencia de las relaciones cuantitativas entre los actos humanos, son estados triunfantes. Hacer pagar, contestar, concebir el acontecimiento recíproco, ya sea devolviendo, sea desbaratando, todo cierra el mundo sobre sí mismo y produce felicidad. Es normal, pues, la vanidad que surge de esa contabilidad moral: la ostentación pequeñoburguesa consiste en eludir los valores cualitativos, en oponer a los procesos de transformación la estática de las igualdades (ojo por ojo, efecto contra causa, mercancía contra dinero, centavo por centavo, etcétera).
[...] (“Francia está afectada por una superproducción de gentes con diplomas, politécnicos, economistas, filósofos, y otros soñadores que han perdido todo contacto con el mundo real”.)
Ahora sabemos qué es lo real pequeñoburgués: ni siquiera lo que se ve, sino lo que puede cuantificarse. Pero ese real, lo más estrecho que sociedad alguna haya podido definir, tiene de todas maneras su filosofía: el “buen sentido”, el famoso buen sentido de la “gente simple” […] Su papel consiste en plantear igualdades simples entre lo que ve y lo que es y asegurar un mundo sin articulaciones, sin transiciones y sin progresión. El buen sentido es como un perro guardián de las ecuaciones pequeñoburguesas: obtura todas las salidas dialécticas, define un mundo homogéneo, donde se está cómodo, protegido de las perturbaciones y de las fugas de “sueño” (léase, de una visión no contabilizable de las cosas). Como las conductas humanas no son otra cosa que puro talión, el buen sentido consiste en la reacción selectiva del espíritu que reduce al mundo ideal a mecanismos directos de réplica.
[…] La mitología burguesa implica el rechazo de la alteridad, la negación de lo diferente, el placer de la identidad y la exaltación de lo semejante.»
Sería conveniente, para tenerlo presente, imprimirlo, pegarlo en la agenda y usarlo como antídoto a nuestras cotidianas lecturas de La Nación.
¿Me entiende?
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<< volvé a ficcionalista!