sábado, marzo 12, 2005

El día no ayuda. Ese velo gris que lo cubre. La calle vacía.

Debería sentarme a leer algunos libros que se apilan sobre la mesa. Podría elegir alguna película con la que reventar de una vez por todas. Saltar en la lista a Morrisey que se obstina en recordarme “I was happy in the haze of a drunken tour / But heaven knows I'm miserable now…” Organizar el montón de ropa que se eleva esperando el lavado. Pensar cómo debe seguir esa maldita novela que no quiere salir de punto muerto. Llamar a algún amigo que parece incomunicado por estos días. Escribir una proclama contra esa pestilencia humana que grita que no va a permitir “subversivos” en ese sitio que abandoné definitivamente. Elegir el color para las paredes de esa habitación que se aburre de blanco. Terminar un cuento. Clavar la melancolía de una pared, con cartel, a la vista de los visitantes, para que sepa –ella– que no quiero darle lugar porque no soy un tipo de esa clase, uno de esos que miran para atrás con la nuca arrugada. Descubrir los motivos que parecerían querer estallar prontamente en un panic attack que nunca llega, esa promesa permanente.

Una lista de tareas titánica en su insignificancia.

Que se caiga el cielo esta tarde. Pero que sepa que a mí no me importa.