ficcionalista! SIGUE MIRANDO
Antonia Bird - Priest (GB, 1994)
Kinji Fukasaku - Batoru Rowaiaru (Japón, 2000)
Paul Thomas Anderson - Magnolia (EEUU, 1999)
Primero, como corresponde, tomó un merecido descanso
tras la jornada estresante.
Tras el relax se dedicó a recorrer el departamento
que le tocaría compartir con ficcionalista! (que suele
dejar sus zapatillas por doquiera que aterrizen).
Y en la biblioteca descubrió que los libros sirven
para enaltecer no sólo el espíritu.
Tras el reconocimiento, dedicó una pose agresiva con el
solo fin de hacer saber que su espíritu no resultará
reblandecido porque ella, es una chica dura.
Parece que, hace un par de días, Mandy Muldoon le pudo comprar a su hijo un ejemplar de Harry Potter and the Half-Blood Prince cuando todavía no había sido puesto oficialmente a la venta. Fue en algún lugar de Nueva Inglaterra, no me quedó claro si en Poughkeepsie, NY, Estados Unidos o por ahí nomás. Algo de mayor gravedad fue lo que ocurrió más al norte, en donde, según leí en Clarín, “esta semana, una tienda canadiense vendió, también por accidente, 14 ejemplares”.
Hasta acá, pura anécdota. De no ser por lo que sigue –vuelvo a citar la fuente que a la vez reproduciría un cable de AFP–: “Como los compradores se negaron a devolverlos, la editorial logró que una corte les prohibiera copiar, divulgar detalles, vender o leer la historia”.
“Copiar, divulgar detalles, vender...”. Todo comprensible dentro de la lógica de la propiedad intelectual y el mercado. Ahora ¿la editorial Scholastic Books logró, también, que la corte les prohibiera leer la historia? ¿Puede una corte impedir que una persona, una que obtuvo incluso por medios absolutamente legítimos la obra, pueda leerla? ¿Quién otorga ese poder a ese juez de esa corte? ¿De dónde saca la editorial el poder que le permite hacer esa presentación y ser atendida?
El mercado hoy no es otra cosa que una fe. Una fe que no se constituye en un derecho a ser ejercido sino a una obligación a la que todos están sometidos. La lógica, el dogma del mercado, avanza hoy sobre todo y todo lo penetra. Y Harry Potter, la señora Muldoon y los canadienses dueños de ejemplares que no pueden ser leídos por entenderse como mera mercancia en lugar de obra literaria, son sus rehenes. No parece poco insistir sobre lo mismo ¿O es que no es evidente esa liturgia con que cada día hábil se cierra la bolsa de New York de la que participan, siempre sonrientes, esos íconos del imaginario popular globalizado que van del bombero-héroe del 11-S a Mickey Mouse?
La antigua fe se celebraba los domingos; la nueva, de lunes a viernes. La antigua prohibía leer libros inmorales o impíos por corromper los principios de orden divino; la nueva, por corromper los del orden económico. Dios y el César son hoy el mismo.
Eso. Nada más.