sábado, marzo 06, 2004

DOS DEL MISMO PALO

¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.
Friedrich Nietzsche, “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”


Hay algo que hace la competencia a la furcia más sórdida, algo sucio, gastado, derrotado, y que estimula y desconcierta la rabia, una cumbre de exasperación y un artículo de uso constante: es la palabra, cualquier palabra, y más concretamente esa que una utiliza. Digo: árbol, casa, yo, magnífico, estúpido; podría decir cualquier cosa y sueño con un asesino de todos los nombres y todos los adjetivos, de todos esos eructos honorables. A veces me parecen que están muertos y nadie quiere enterrarlos. Por cobardía los consideramos aún vivos, y continuamos soportando su olor sin taparnos la nariz. Sin embargo, no son ni expresan ya nada. Cuando se piensa en todas las bocas por las que pasaron, en todos los alientos que los corrompieron, en todas las ocasiones en que fueron proferidos, ¿cómo servirse de uno solo de ellos sin mancillarse?
Nos los sirven todos masticados; sin embargo, no nos atrevemos a tragar un alimento masticado por los otros: el acto material que corresponde al uso de la palabra nos da vómitos; basta, sin embargo, un momento de acritud para percibir bajo cualquier palabra un regusto de saliva extraña.
Para orear el lenguaje, sería preciso que la humanidad dejase de hablar: podría recurrir con provecho a los obispos o, más efectivamente, al silencio. La prostitución de la palabra es el signo más vivible de su envilecimiento; no hay vocablo intacto ni articulación pura y, hasta las cosas significadas, todo se degrada a fuerza de repeticiones ¿Por qué cada generación no aprenderá un nuevo idioma, aunque no fuera más que para dar otra savia a los objetos? ¿Cómo odiar y amar, debatirse y sufrir con símbolos anémicos? La “vida”, la “muerte” –vulgaridades metafísicas, enigmas trasnochados...–. El hombre debería crearse otra ilusión de realidad e inventar con este fín otras palabras, puesto que las suyas carecen de sangre, y, en tal fase de agonía, ya no hay transfusión posible.
Emile Cioran, “La suprema usura” en Breviario de podredumbre.

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