Las consideraciones del caso poco tienen que ver con eso.
No fui a su casa simplemente porque no se me dio la gana. Era tarde. Llovía. Llovía mucho. En la radio alguien había programado “Living for the City” de Stevie Wonder y no estaba nada mal. Es que desde el sofá se veía el agua deslizándose sobre el vidrio de la ventana; las gotas dispersas que impactaban con un extraño swing, con la impersonal voluntad del azar, esa que tan bien iba con la música. “Las citas a tan altas horas, atrasan”, pensé. Y me sorprendí a mí mismo intentando descifrar que es lo que semejante reflexión podía significar si acaso una construcción como esa pudiera significar algo. Sospechaba, me parece, que tenía relación con la radio, con la música, con ese lejano fragmento de... ¿mil novecientos setenta y tres?... que caprichosamente se escapaba de los parlantes y que era más bien como la prehistoria de algo. No es que Wonder no me gustase –por un momento me puse a pensar si la canción estaba en Innervisions o en Talking Book, porque seguro era de alguno de esos discos–. Y además me gustaba más que “You Are the Sunshine of My Life” que siempre me había parecido un poco meliflua. Pensé entonces que “meliflua” no estaba entre mis palabras preferidas a la hora de describir alguna cosa, una cualquiera, por “meliflua” que fuese...
Y así pasó un rato, uno esperablemente largo como para que la dilación fuera tal que, ni taxi de por medio, pudiera llegar a horario. A partir de ahí, sólo era cuestión de hacer tiempo, aguardar que se acercara el momento –el oportuno– en que hubiese que levantarse para buscar el teléfono y, o inventar una buena excusa o, más simplemente, atreverse a decir la verdad un poco cruel de que no tenía ningún deseo de verla.
Pero las consideraciones del caso poco tienen que ver con eso. F.J.V.
No fui a su casa simplemente porque no se me dio la gana. Era tarde. Llovía. Llovía mucho. En la radio alguien había programado “Living for the City” de Stevie Wonder y no estaba nada mal. Es que desde el sofá se veía el agua deslizándose sobre el vidrio de la ventana; las gotas dispersas que impactaban con un extraño swing, con la impersonal voluntad del azar, esa que tan bien iba con la música. “Las citas a tan altas horas, atrasan”, pensé. Y me sorprendí a mí mismo intentando descifrar que es lo que semejante reflexión podía significar si acaso una construcción como esa pudiera significar algo. Sospechaba, me parece, que tenía relación con la radio, con la música, con ese lejano fragmento de... ¿mil novecientos setenta y tres?... que caprichosamente se escapaba de los parlantes y que era más bien como la prehistoria de algo. No es que Wonder no me gustase –por un momento me puse a pensar si la canción estaba en Innervisions o en Talking Book, porque seguro era de alguno de esos discos–. Y además me gustaba más que “You Are the Sunshine of My Life” que siempre me había parecido un poco meliflua. Pensé entonces que “meliflua” no estaba entre mis palabras preferidas a la hora de describir alguna cosa, una cualquiera, por “meliflua” que fuese...
Y así pasó un rato, uno esperablemente largo como para que la dilación fuera tal que, ni taxi de por medio, pudiera llegar a horario. A partir de ahí, sólo era cuestión de hacer tiempo, aguardar que se acercara el momento –el oportuno– en que hubiese que levantarse para buscar el teléfono y, o inventar una buena excusa o, más simplemente, atreverse a decir la verdad un poco cruel de que no tenía ningún deseo de verla.
Pero las consideraciones del caso poco tienen que ver con eso. F.J.V.
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<< volvé a ficcionalista!