lunes, abril 11, 2005

LA INMINENCIA PERPETUA

Soy un gran titulador.

Que quede claro: nunca escribo algo de una extensión respetable. No termino novelas alguna vez iniciadas; ni siquiera recopilo material como para dar forma a una serie de cuentos.

No.

Vivo demorando indefinidamente todo aquello que tenga el más mínimo aroma a logro personal, a consecución, a cierre. El sentimiento de lo que nunca adviene definitivamente, esa percepción ante lo que está por llegar, lo inminente, me mantiene desde hace años en una casi total inmovilidad de acción.

Pero se me ocurren títulos brillantes.

Recién ayer –me resulta increíble tan enorme demora– alcancé a vislumbrar ese título que, en su sola articulación, promete el fin de este ciclo de aplazamientos continuos. Mientras caminaba entre los estantes de una librería de Caballito se me reveló ese título como si se tratase de un misterio más antiguo que el mundo o que mi existencia minúscula.

“LA INMINENCIA PERPETUA”

Ahora sí. Es mi propia existencia y su terca obstinación en lo que está por ser, el propio material que mostrará con impudicia la piel del texto. Ahora sí sé sobre que escribir.

Mañana empiezo.