FANTASMAS
Por el principio se empieza. Se empieza por el comienzo. Se comienza por el principio. Cosa buena buscar el principio; mejor, encontrarlo.
¿Está el principio en una calle de Loulé?
Está tal vez ahí el principio, en la casa de mi madre. La madre que no está, que se fue. Se va fugando la puerta de la casa de mi madre, mientras traza una línea imaginaria y diagonal sobre la superficie de la luneta trasera de un auto portugués, mientras resuena todavía el eco de la voz que dice “ésa era la casa de tu madre”. La casa que tenía una puerta que se fuga, que se vuelve más y más pequeña ya no sobre la superficie del vidrio sino del otro lado, de afuera. Y yo que me digo para adentro que paren el auto, que quiero bajar, que quiero pararme en esa vereda angosta de Loulé y tocar la superficie de la puerta que se me antoja verde en la memoria.
La memoria que guarda también el patio de mi casa de Once que tampoco está y de la que por mucho tiempo solo quedó una chapa esmaltada con un número, “176”, negro sobre blanco, oval y descascarada en un costado oxidado. Hoy ya no está. “Está en su memoria”, me dice. “Está en mi memoria”, le digo, pero no puedo tocarla porque no queda de esa casa ya ni un mísero vestigio, una mínima porción de materia de la que asirse.
Porque el cuerpo de la memoria es un fantasma tenue. Tenue como se vuelve también la memoria de una puerta lusitana y distante que traza la imaginaria línea diagonal sobre la superficie de un vidrio ciego. Y mi madre –fantasma también– viene a regalarme la materia de sus sueños, masa dúctil para el análisis –dice la analista– porque –pienso yo– el sueño es lo que tenemos y lo que perdimos. Los sueños de mi madre perdida en las calles soñadas de Loulé a cincuenta años y miles de kilómetros de saudade y lejanía.
“Está en mi memoria”, le digo.
Y se escapan las lágrimas, incontenibles. Como a un chico. Como al cowboy del patio de la casa de Once que hoy también es un fantasma.
¿Está el principio en una calle de Loulé?
Está tal vez ahí el principio, en la casa de mi madre. La madre que no está, que se fue. Se va fugando la puerta de la casa de mi madre, mientras traza una línea imaginaria y diagonal sobre la superficie de la luneta trasera de un auto portugués, mientras resuena todavía el eco de la voz que dice “ésa era la casa de tu madre”. La casa que tenía una puerta que se fuga, que se vuelve más y más pequeña ya no sobre la superficie del vidrio sino del otro lado, de afuera. Y yo que me digo para adentro que paren el auto, que quiero bajar, que quiero pararme en esa vereda angosta de Loulé y tocar la superficie de la puerta que se me antoja verde en la memoria.
La memoria que guarda también el patio de mi casa de Once que tampoco está y de la que por mucho tiempo solo quedó una chapa esmaltada con un número, “176”, negro sobre blanco, oval y descascarada en un costado oxidado. Hoy ya no está. “Está en su memoria”, me dice. “Está en mi memoria”, le digo, pero no puedo tocarla porque no queda de esa casa ya ni un mísero vestigio, una mínima porción de materia de la que asirse.
Porque el cuerpo de la memoria es un fantasma tenue. Tenue como se vuelve también la memoria de una puerta lusitana y distante que traza la imaginaria línea diagonal sobre la superficie de un vidrio ciego. Y mi madre –fantasma también– viene a regalarme la materia de sus sueños, masa dúctil para el análisis –dice la analista– porque –pienso yo– el sueño es lo que tenemos y lo que perdimos. Los sueños de mi madre perdida en las calles soñadas de Loulé a cincuenta años y miles de kilómetros de saudade y lejanía.
“Está en mi memoria”, le digo.
Y se escapan las lágrimas, incontenibles. Como a un chico. Como al cowboy del patio de la casa de Once que hoy también es un fantasma.
Etiquetas: crónicas
2 comentario(s):
Hagame lagrimear desubicado, hagame lagrimear...
¿Sos boludo vos? ¿No ves que tengo una cosa así de llanto congoja aputada ahora?
Decididamente no podés escribir, no podés escribir TAN bien.
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<< volvé a ficcionalista!