Lo que sé
Sé que el primer párrafo de un texto debe ser pensado, escrito y reescrito la cantidad de veces que sea necesario hasta que valga la pena el resultado final y que nunca será suficiente y que incluso lo que quede no conformará, a uno mismo, a otros. El lugar de La Mancha, el día en que lo llevaron a conocer el hielo, que pueden llamarlo Ismael, que un espejo en una quinta de la calle Gaona, y lo que sostenga Pereira a la larga importa mucho, poco o nada. Y sé que éste no es el primer párrafo escrito sino el segundo pero que si no lo hiciera evidente muchos no se tomarían el trabajo de pensar sobre ello.
Sé que es más tarde que las tres de la mañana de un viernes en el que tengo que levantarme a las seis y media para ir a trabajar y que éste es el primer párrafo que escribí, en verdad, cuando me senté frente al teclado.
Sé que querer a una persona no es suficiente para poder estar junto a ella o para no lastimarla. Y que la buena voluntad no basta para poder ser felices.
Sé que es mentira eso de que en la vida nadie te regale nada, así como sé que hay gente a la que en verdad nadie le dio nunca un verdadero regalo, don, obsequio, facilidad, crédito o cualquier cosa que, seguramente, haría de la vida de esas personas algo mucho más digno de ser vivido y que, incluso, le diera valor como para que ser reconocida como una vida. Y que a mucha gente le regalan todo y no dejan nunca de regalarle y de darle posibilidades y ventajas, En el medio, hay muchos, una inmensa mayoría de gente, que regala y a la que le regalan. Y que otros están regalados.
Sé que en una noche uno puede destrozar su imagen, en un solo acto, y que nada de lo que uno hizo o pueda hacer valdrá ya un segundo de tiempo, un puñado de consideración, un instante de piedad.
Sé que hay muchísimos garcas sueltos y que muchos se recibieron de abogados.
Sé que el sistema que algunos llaman "mundo real", "mercado", "estado de las cosas", no es más que una mierda que produce alienados, esclavos, carneros y corderos, ortibas, funcionarios, ídolos. Y que a pesar de todo hay enormes y vastos fragmentos de ese mundo –e incluso de otros mundos– que vale la pena conocer e, incluso habitar.
Sé que cada vez más a menudo siento la necesidad de mandar todo al carajo y declarar la farsa, la del loco lleno de furia que grita algo que no significa nada. Y abandonar la farsa no importándome ya lo que puedan opinar los capitostes, los consagrados, las academias, los suplementos literarios que compro cada fin de semana preguntándome sobre qué sentido tiene andar haciendo apología de si leo esto o lo otro, si tal multimedio opera así o asá, de si esto es cultura, que si tal fue menoscabado en cuál universidad por quien participa ahí mismo, o en otro en el que también escribe esa que cobra más o menos que la primera. Sé que estoy harto de preocuparme por si hay que escuchar o no el último disco del sello tal, que en realidad no es world music porque las discográficas hicieron tal o cual cosa para vender más de esa cantante que en Islandia es como dios, o es como un irlandés que se cree dios y mantiene dialogo con ese otro que fue criticado por el autor que ya todos deberíamos haber leído (porque tenemos que cumplir a rajatabla el imperativo de la cultura), ese que ya debería haber ganado el Nobel hace mucho porque el crítico de acá y no el de allá dijo que era brillante y que se debería hacer un acto de justicia antes de que tenga que terminar, a lo mejor, exiliado en el país que tiene campos de detención en otros numerosos países del orbe, incluso en esa isla de la que siempre hay que decir algo, campos en los que los salvadores aplican tratamientos inhumanos para que nuestro estilo de vida subsista. Y sé que no sé cómo hacer para finalmente salir de todo esto, disfrutar de otra vida en alguna isla del litoral en la que, inexorablemente, perecería presa de un aburrimiento de proporciones cósmicas. Sé que no puedo abandonar esta ciudad pero que me gustaría saber cómo hacerlo.
Sé que tengo opiniones sobre las cosas, que tengo convicciones, que tengo unas pocas creencias pero que todavía no sé cómo lograr despreocuparme por tener que explicárselas a los demas o intentar hacérselas entender.
Sé que no es lo mismo el goce neurótico que la capacidad de disfrutar de las cosas, de los lugares, de las personas, de los gustos, de los sabores, de los ritmos.
Sé que hay días en que me animo a caminar por la calle, con los auriculares, sin que me importe ir cantando a los gritos viejas canciones que me gustan. Sé que en esos momentos no me importa que sepan todo lo que me gusta ABBA o esas canciones tremendas de Carole King, Cat Stevens, Supertramp, Erasure o Laura Branigan.
Sé que a veces me gustaría que mi vida fuera bella, luminosa, con jardín, esposa adorable y, tal vez un par de hijos gritando por ahí, corriendo a un perro. Y también sé que a veces el cinismo me mata el deseo.
Sé que estoy enojado por no saber cómo conducir mi vida hacia cualquier sitio que me haga sentir, si no completo, al menos en camino de lograr algo que me resulte verdaderamente importante.
Sé que a nadie, a nadie, le cierra el saldo y que vistos de cerca todos podemos resultar horribles.
Sé que me molestan los amontonamientos de lo que sea.
Sé que no soy inmortal, que quiero a mis amigos, que ellos me quieren y que, aún así, me siento solo. Sé que no escribo por estar demasiado pendiente de lo que piensen los demás, que creo que a pocos les puede interesar lo que tengo para decir. Y que, muchas veces, lo hago saber para que intenten convencerme de lo contrario.
Sé que el contenido de estas líneas, probablemente, me resulte estúpido en horas, meses o años
Sé que es tarde y que es posible que llueva, pronto.
Sé que es más tarde que las tres de la mañana de un viernes en el que tengo que levantarme a las seis y media para ir a trabajar y que éste es el primer párrafo que escribí, en verdad, cuando me senté frente al teclado.
Sé que querer a una persona no es suficiente para poder estar junto a ella o para no lastimarla. Y que la buena voluntad no basta para poder ser felices.
Sé que es mentira eso de que en la vida nadie te regale nada, así como sé que hay gente a la que en verdad nadie le dio nunca un verdadero regalo, don, obsequio, facilidad, crédito o cualquier cosa que, seguramente, haría de la vida de esas personas algo mucho más digno de ser vivido y que, incluso, le diera valor como para que ser reconocida como una vida. Y que a mucha gente le regalan todo y no dejan nunca de regalarle y de darle posibilidades y ventajas, En el medio, hay muchos, una inmensa mayoría de gente, que regala y a la que le regalan. Y que otros están regalados.
Sé que en una noche uno puede destrozar su imagen, en un solo acto, y que nada de lo que uno hizo o pueda hacer valdrá ya un segundo de tiempo, un puñado de consideración, un instante de piedad.
Sé que hay muchísimos garcas sueltos y que muchos se recibieron de abogados.
Sé que el sistema que algunos llaman "mundo real", "mercado", "estado de las cosas", no es más que una mierda que produce alienados, esclavos, carneros y corderos, ortibas, funcionarios, ídolos. Y que a pesar de todo hay enormes y vastos fragmentos de ese mundo –e incluso de otros mundos– que vale la pena conocer e, incluso habitar.
Sé que cada vez más a menudo siento la necesidad de mandar todo al carajo y declarar la farsa, la del loco lleno de furia que grita algo que no significa nada. Y abandonar la farsa no importándome ya lo que puedan opinar los capitostes, los consagrados, las academias, los suplementos literarios que compro cada fin de semana preguntándome sobre qué sentido tiene andar haciendo apología de si leo esto o lo otro, si tal multimedio opera así o asá, de si esto es cultura, que si tal fue menoscabado en cuál universidad por quien participa ahí mismo, o en otro en el que también escribe esa que cobra más o menos que la primera. Sé que estoy harto de preocuparme por si hay que escuchar o no el último disco del sello tal, que en realidad no es world music porque las discográficas hicieron tal o cual cosa para vender más de esa cantante que en Islandia es como dios, o es como un irlandés que se cree dios y mantiene dialogo con ese otro que fue criticado por el autor que ya todos deberíamos haber leído (porque tenemos que cumplir a rajatabla el imperativo de la cultura), ese que ya debería haber ganado el Nobel hace mucho porque el crítico de acá y no el de allá dijo que era brillante y que se debería hacer un acto de justicia antes de que tenga que terminar, a lo mejor, exiliado en el país que tiene campos de detención en otros numerosos países del orbe, incluso en esa isla de la que siempre hay que decir algo, campos en los que los salvadores aplican tratamientos inhumanos para que nuestro estilo de vida subsista. Y sé que no sé cómo hacer para finalmente salir de todo esto, disfrutar de otra vida en alguna isla del litoral en la que, inexorablemente, perecería presa de un aburrimiento de proporciones cósmicas. Sé que no puedo abandonar esta ciudad pero que me gustaría saber cómo hacerlo.
Sé que tengo opiniones sobre las cosas, que tengo convicciones, que tengo unas pocas creencias pero que todavía no sé cómo lograr despreocuparme por tener que explicárselas a los demas o intentar hacérselas entender.
Sé que no es lo mismo el goce neurótico que la capacidad de disfrutar de las cosas, de los lugares, de las personas, de los gustos, de los sabores, de los ritmos.
Sé que hay días en que me animo a caminar por la calle, con los auriculares, sin que me importe ir cantando a los gritos viejas canciones que me gustan. Sé que en esos momentos no me importa que sepan todo lo que me gusta ABBA o esas canciones tremendas de Carole King, Cat Stevens, Supertramp, Erasure o Laura Branigan.
Sé que a veces me gustaría que mi vida fuera bella, luminosa, con jardín, esposa adorable y, tal vez un par de hijos gritando por ahí, corriendo a un perro. Y también sé que a veces el cinismo me mata el deseo.
Sé que estoy enojado por no saber cómo conducir mi vida hacia cualquier sitio que me haga sentir, si no completo, al menos en camino de lograr algo que me resulte verdaderamente importante.
Sé que a nadie, a nadie, le cierra el saldo y que vistos de cerca todos podemos resultar horribles.
Sé que me molestan los amontonamientos de lo que sea.
Sé que no soy inmortal, que quiero a mis amigos, que ellos me quieren y que, aún así, me siento solo. Sé que no escribo por estar demasiado pendiente de lo que piensen los demás, que creo que a pocos les puede interesar lo que tengo para decir. Y que, muchas veces, lo hago saber para que intenten convencerme de lo contrario.
Sé que el contenido de estas líneas, probablemente, me resulte estúpido en horas, meses o años
Sé que es tarde y que es posible que llueva, pronto.